Llamada en su época “garum”, esta salsa de pescado encontrada en bastante buenas condiciones en más de 3.000 tinajas de un barco hundido italiano, se elaboraba en aquella época a partir de la fermentación de tripas de pescado saladas. Así descrita no suena muy apetitosa para nosotros pero a las gentes de la Antigüedad les parecía deliciosa y la servían en los banquetes. También se vendía en puestos callejeros de todo el Imperio Romano. Era un alimento muy nutritivo, además de incluir en su composición lo que a día de hoy llamamos glutamato monosódico, un potenciador de sabor ampliamente utilizado en la actualidad.
Los arqueólogos italianos, dirigidos por Simon Luca Trigona, descubrieron el barco hundido a 200 metros de profundidad tras haber arrastrado un pescador fragmentos de ánforas en sus redes en el año 2012, a unas cinco millas (8 kilómetros) de Alassio, población italiana de la costa de Liguria.
Entre los restos del pecio, de unos 25m de eslora, también había otras tinajas que según los especialistas podrían haber sido manufacturadas en Roma, cerca del río Tíber, y que podrían estar destinadas a transportar vino a la Península Ibérica.
Según declaraciones de Trigona: “el barco muy probablemente zarpó de Roma navegando por el Tíber y se hundió un par de semanas más tarde durante su viaje de regreso, a causa del peso excesivo de toda esa salsa de pescado”. Y añade: “Es una de las únicas cinco naves romanas ‘de alta mar’ halladas hasta ahora en el Mediterráneo, y la primera descubierta junto a las costas de Liguria.”
En los últimos años, los científicos han conseguido notables éxitos a la hora de recuperar objetos en buen estado de conservación de barcos hundidos utililzando modernas tecnologías, como vehículos submarinos de control remoto, equipo de rastreo por sónar y análisis genéticos. Uno de los hallazgos fue el de un antiguo aliño de ensalada (aceite de oliva al que se había añadido orégano para darle sabor), descubierto en los restos de un naufragio de hace 2.400 años cerca de la isla griega de Quíos.
En 2012 se descubrió otro barco hundido hace 2.000 años, en este caso cerca de las costas de Varazze, Italia. Entre sus restos había tinajas de arcilla selladas en cuyo interior los científicos esperaban encontrar alimentos en un estado aceptable de conservación. Submarinistas de la policía identificaron los restos de la nave a 50 metros de profundidad. El barco se encontraba hundido en el fango, que lo había mantenido oculto durante siglos, pero también había ayudado a preservarlo, así como a su cargamento, entre el que había algunas ánforas. Las ánforas aún conservaban sus tapas de madera de pino intactas selladas con brea (una sustancia bituminosa), lo que abre la posibilidad de poder analizar su contenido en el futuro.
Más tarde, en el año 2013, un equipo de científicos italianos realizó un análisis químico de algunas antiguas píldoras romanas descubiertas en el llamado Relitto del Pozzino, un barco mercante de hace 2.000 años que se hundió junto a las costas de la Toscana.
Los resultados de los análisis químicos, publicados en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (“Actas de la Academia Nacional de Ciencias”), revelaron que las píldoras contenían diversos compuestos de zinc, así como óxido de hierro, almidón, cera de abejas, resina de pino y otros materiales de origen vegetal. Basándose en su forma y composición, los científicos han sugerido que podrían haber sido algún tipo de medicamento para la vista.
Los restos de esta antigua nave romana hundida yacen cerca de las ruinas de la ciudad etrusca de Populonia, que en la época en la que se fue a pique este barco era un puerto clave en las rutas comerciales que atravesaban el mar Mediterráneo conectando el este con el oeste.
El Relitto del Pozzino reveló un cargamento fascinante y variado en el que había lámparas fabricadas en Asia Menor, cuencos de cristal de Siria-Palestina, jarras de bronce, vasijas cerámicas para el vino y, lo que era aún más interesante, los restos de un botiquín con un gancho para cirugía, un mortero, 136 frascos con medicamentos y varios recipientes cilíndricos de estaño, uno de los cuales contenía cinco pastillas circulares.
Los recipientes de estaño, llamados píxides, habían permanecido completamente sellados, lo que mantuvo las pastillas en seco, ofreciéndonos la oportunidad de descubrir su composición.