Según mi interlocutor debíamos decir todo lo contrario. Que la náutica de recreo es para ricos, así las clases medias harían lo posible para incorporarse a este grupo social, supuestamente compuesto por ricos. Y éstos últimos se sentirían la mar de a gusto en unos ambientes que parecerían reservados para ellos.
Esto es lo que decía el empresario, cuyo nombre me voy a reservar.
Pareció que la última edición del Salón Náutico de Barcelona, seguramente por casualidad, se sumó a los criterios antes mencionados, creando una zona VIP, un restaurante coordinado por un chef estrellado (dos estrellas Michelín en uno de sus restaurantes) y una zona reservada a los grandes yates. Se trataba de un proyecto a tres años vista para posicionar el certamen en un escalón superior entre los salones náuticos europeos porque, según afirmó su presidente, se encuentra ahora en cuarta posición después de Dusseldorf, Génova y Cannes.
Abordemos este concepto. Superar a cualquiera de los tres citados es prácticamente imposible. Y ahí esta Palma y, si se trata de grandes yates, Mónaco.
¿Grandes barcos?
La zona reservada a grandes unidades, de más de 20 metros, situada en el Muelle de Barcelona, no consiguió los objetivos esperados. Mal señalizada, pocos barcos, no tan grandes y totalmente desangelada.
Fuentes generalmente bien informadas aseguran que se llegó a invitar gratis a los astilleros europeos de grandes unidades, a condición de que se comprometieran a asistir en 2026 y 2027, pagando, claro. Ni así. Hay que tener en cuenta que en 2024 se matricularon en España 13 yates de más de 20 metros. No parece que sea un mercado atractivo para este segmento. Va, vamos a mejorarlo: 44 unidades matriculadas de entre 15,01 y 20 metros.
En realidad, la parte principal del Salón era la del Moll de la Fusta. Cualquier visitante que llegase desde la Rambla, giraba a la izquierda y entraba al espacio montado en el Moll de la Fusta, ignorando totalmente la parte supuestamente exclusiva que quedaba a su derecha. Después podía acceder al espacio montado en el ángulo que forman los muelles de España y el Moll del Dipòsit, donde estaban, entre otros los catamaranes. Y si entraba desde este punto, al llegar al final del Moll de la Fusta, donde estaba el stand de Kawasaki, volvía sobre sus pasos o se marchaba, sin ni tan solo darse cuenta que había más exposición en el Moll de Barcelona.
Entre la zona de los “grandes yates” y el Moll de la Fusta se instaló la zona VIP con entrada distinta y a mayor precio, donde supuestamente habría una exposición de productos de alto nivel. Allí tuvo lugar la tradicional reunión de los socios de ANEN con la directora general de la Marina Mercante. Uno de los asistentes me comentó que aquello era la “zona VIP de Sarajevo”. El restaurante allí instalado tenía las plazas limitadas a 150 comensales por día. ¿Hubo 150 clientes sumando los cinco días?
¿Cuántos barcos?
Otras expectativas generadas fueron las del número de barcos exhibidos. Las previsiones eran de entre 600 y 640 unidades, 500 de ellas en tierra y 140 a flote. Solo esta última cifra se aproximó a la realidad: en el agua había 131 unidades. En tierra unas 110. Total, 240 barcos. Chinchorro más, chinchorro menos. Por cierto, 45 menos que en 2023…
¡Qué lejos queda el año 1988! ¿Se acuerdan? Ese año hubo dos salones náuticos en Barcelona. Uno del 30 de enero al 7 de febrero. Y otro del 3 al 12 de diciembre. ¿Mermó el interés? ¡Ni mucho menos! 364 expositores y 27.312 metros cuadrados de exposición el primero y 405 expositores y 37.354 metros cuadrados el segundo.
Uno de los argumentos esgrimidos que debería animar el mercado fue la vejez de la flota de recreo. Supuestamente hay en España 170.000 embarcaciones de recreo, pero en 2024 se matricularon, según el Salón, unas 5.000. A 5.000 barcos por año se insinuó que la flota de recreo española tiene una antigüedad de 34 años y que la renovación es inminente. Obviamente esto no es así. Tendrán 34 años los que se vendieron en 1990, pero pueden estar seguros de que hay barcos más veteranos. Y no pasa nada.
Los organizadores hicieron también una argumentación por esloras. Si hay 170.000 unidades y el 90% tiene menos de 9 metros de eslora, entonces el 10% tiene más de 9 metros. Eso son 17.000 embarcaciones, cuyos armadores, un día u otro, pretenderán un cambio. Por eso el Salón pretendió “estirar” el interés hacia las grandes esloras…
Sucede que ADIN publicó en su revista Mediterrània número 29 las cifras de embarcaciones matriculadas en 2024 por esloras, resultando que fueron 521 de más de 8 metros de eslora. ¡Ojo! De más de 8 metros, no de más de 9. Pero es que por debajo de 8 metros de eslora se matricularon 2.352 embarcaciones. Entonces, ¿Dónde está el nicho de mercado para el Salón y para la náutica española? Por cierto, se habrán dado ustedes cuenta que 521 más 2.352 no suman 5.000, sino 2.873. ¡Ah! Es que falta contar las motos acuáticas: 1.426. Sumen, sumen: 4.302. Hasta 5.000…
¿Y los títulos náuticos? De nuevo el cuento de la lechera. Si se expiden cada año en España unas 100.000 titulaciones náuticas y sólo se matriculan 5.000 unidades, hay un margen de otros 95.000 candidatos a los que hay que convencer para que compren. Facilísimo.
Si Feria de Barcelona contrató a alguna consultoría para este proyecto, será mejor que busquen a otra para el año próximo…
Baño de realidad
Quienes visitamos el Salón vimos estands más pequeños de lo habitual, notables ausencias de importadores y marcas. Y pocos visitantes. ¿Es adecuado poner las entradas a 20 euros? Bueno, 18 con compra anticipada por Internet. La entrada servía solo para un día. Años atrás se podían encontrar blocs completos de entradas en los bares y restaurantes de Maremágnum. Coja las que quiera, con tal de que haya gente en los pasillos. Este año las entradas llevaban un código QR que se suponía inviolable: una entrada, una persona. Pero nada impedía imprimir tantas como quisieras. El control es imposible, porque el Salón tiene varios recintos y un visitante tiene el derecho a entrar y salir cuantas veces le plazca, así que cuando el personal escanea el código QR para entrar no te indica que ya estás dentro.
Hay expositores que prefieren ver los pasillos llenos, aunque sea de simples curiosos, y otros que prefieren ver los pasillos frecuentados solo por hipotéticos clientes.
En algo en lo que sí tienen razón los organizadores del Salón Náutico es en el incomparable marco ambiental que ofrece Barcelona. Probablemente no hay un mejor lugar en el Mediterráneo para hacer un Salón Náutico. Los propios genoveses dicen que su ciudad es la más fea de Italia. En Cannes hay que ocupar la mitad de dos calles (Promenade de la Pantiero y Quai Saint Pierre) para meter estands. En Dusseldorf hace un frío que pela.
¿Entonces? Pues sucede que esos certámenes tienen una magnífica organización. Una industria propia que respalda, al menos en Génova y en Cannes, y una perseverancia notable. Tienen credibilidad y han perseverado.
La recuperación, porque esto se puede recuperar, pasa por definir unos objetivos realistas, proponer unos precios asequibles al público y a los expositores, hacer publicidad suficiente y ofrecer un buen producto, bien señalizado, limpio y con buenos servicios de todo tipo.
Para finalizar, les contaré una anécdota. Salón Náutico de Mónaco. Salgo del hotel y pido un taxi. Lléveme al Salón Náutico. El taxista me pregunta. ¿A qué estand va usted? Caramba, ¿por qué quiere usted saber esto? Porque le dejaré en la entrada más próxima. Asombroso. Los taxistas de Mónaco saben los estands de su Salón. Igual que aquí…





